Comentario
En el origen del encastillamiento estaba, también, la necesidad que tenían familias nobles y comunidades monásticas de colonizar nuevas tierras e imponer un rígido control económico y político sobre la población rural, defendiéndola, entre otras, de las incursiones sarracenas.
De esta manera se formó una estructura política y económica que pervivió inmutable durante dos o tres siglos. Posteriormente, se mantuvieron sus elementos más característicos y, sobre todo, la organización agraria, incluso después de las largas luchas feudales, cuando los dueños de los castillos fueron obligados a renunciar a parte de sus prerrogativas en favor de nuevas fuerzas políticas, surgidas a la sombra del poder: en los siglos XIII y XIV, las autoridades municipales y, después, en época moderna, los aparatos estatales.
Formulado a partir del ejemplo proporcionado por el Lacio, el proceso del encastillamiento tuvo un enorme éxito. Este modelo ha sido aplicado al estudio de otras regiones europeas, verificado y criticado. Parece claro que la proliferación de castillos por todos los rincones de Europa occidental y, sobre todo, en los siglos centrales del Medievo, tuvo ritmos, formas y factores diferentes de una región a otra. En la llanura Padana de Italia, por ejemplo, las exigencias de defensa de invasores externos (sarracenos y húngaros) tuvieron un papel preponderante; en Friuli y en Toscana, los castillos no sustituyeron, sino que tan sólo acompañaron, a los anteriores asentamientos. Finalmente es indiscutible que el encastillamiento produjo en toda Europa una verdadera revolución en los aspectos político y territorial.